Alessandro Taiana. Planet B

Video "Planet B" sobre Alessandro Taiana, de Miguel Gurriarán.


El espíritu independiente en el arte no siempre y no forzosamente está vinculado con la ultra vanguardia. Tratar de adivinar el próximo gran suceso en el ecosistema artístico, predecir tendencias, estar un paso por delante de los demás, ser punta de lanza, puede terminar siendo una de las formas de la dependencia más esclavizantes. No siempre es independiente el que va primero en la carrera sino el que abre su propia ruta o, a veces, el que redescubre un camino viejo bien olvidado. 

 

En la época de mega instalaciones artísticas, obras multimedia y sucesivas revoluciones digitales, la solitaria silueta de un pintor parado con su caballete al borde de la carretera en medio de un paisaje despoblado podría parecer un espejismo de otros tiempos. 

 

Hace casi dos siglos, la escuela de Barbizón impulsó a los artistas a salir de sus cómodos, polvorientos y mal iluminados talleres y los transportó al entorno campestre, a ser tostados por el sol, mojados por la lluvia, picados por los mosquitos. A respirar los aromas de las plantas y del estiércol fresco. A observar las formas únicas en la copa de cada árbol y a captar las metamorfosis de luz sobre las praderas con el paso de cada instante. A sumergirse en la magia de lo empírico, lo tangible y olfateable. El plenairismo nació como un invento revolucionario, que luego fue fortalecido y llevado a su máxima expresión por los impresionistas y sus seguidores. Muchas décadas antes de Yves Klein y Jackson Pollock ya estaba cristalizándose la noción de que una obra de arte no es un mero objeto físico inerte, sino resultado de una acción, un proceso, una interacción vital entre el artista, sus insumos y su medio.

 

Desde hace siglos una de las funciones esenciales del arte ha sido retener y perennizar los elementos transitorios y perecederos del mundo empírico que, por una u otra razón, se consideraban valiosos. Los ceremoniosos retratos familiares conservaban los rasgos de célebres ancestros fenecidos. Vistas de ciudades ilustraban el estado de sus edificaciones en un determinado momento histórico. Escenas costumbristas mostraban, como es evidente, las costumbres de una determinada sociedad. Después del surgimiento de la fotografía, las artes plásticas pasaron a documentar percepciones y subjetividades, lo fugaz y lo sutil. La noble tarea de rescatar del olvido a los ilustres miembros de la familia, cedió lugar al afán de capturar la mística de un estado o suceso efímero, visto por un par de ojos en un instante dado. El último rayo del sol observado desde un determinado ángulo, con coordenadas geográficas, fecha y hora exactas, y por lo tanto singular e irrepetible. 

 

La idea de la mortalidad del momento adquiere en nuestros tiempos una nueva dimensión. Nuestro entorno cambia con una rapidez vertiginosa. En el llamado Primer Mundo los paisajes prístinos, no tocados por la intervención antropogénica, se están convirtiendo en una rareza. Si vemos hoy un bosque, una colina, una línea del horizonte sin huellas aparentes de presencia humana, no tenemos garantía alguna de que los encontremos en el mismo lugar mañana. Se hace cada vez más patente la mortalidad del paisaje, del entorno vivo. Los mosquitos que antaño picaban con tanto apetito a los pintores de Barbizón, se están extinguiendo a paso violento y no parece que alguien los extrañe. 

 

En este contexto del frenético cambio y del terror a la tranquilidad, el acto de salir al borde de la carretera con caballete y pincel en mano, se lee como un manifiesto de resistencia y una declaración de protesta contra la destrucción irreparable e irresponsable del entorno natural: “No habrá un planeta B”. Este planeta es el único que tenemos y lo que hagamos de él, les tocará a las futuras generaciones, junto con los solemnes retratos familiares y el último rayo del sol, apresado dentro de un cuadro, entre las montañas que tal vez pronto estén irreconocibles. 

 

Paradójicamente, la misma nueva tecnología que amenaza con devorar nuestra paz y nuestro ambiente natural, ayuda al espectador a hacerse testigo, y hasta cierto grado partícipe, de este misterio de la comunión entre el artista y la materia de su arte, vulgarmente llamado proceso creativo. La cámara cinematográfica, dirigida por una mano invisible, sigue sus pasos, espía la fusión alquímica de los óleos sobre su paleta y se empapa de aquella última luz del atardecer que el pintor intenta retener sobre su lienzo. El proceso, registrado paso a paso con paciencia y delicadeza, se fusiona con el resultado y se torna una extensión orgánica de la obra.

 

Vera Tyuleneva

 

LAGUNA CHICA – 

NARCISSUS.
2014. Óleo sobre lienzo. 87 x 126 cm.

LAGUNA GRANDE DE PEÑALARA – 

DESHIELO.
2014. Óleo sobre lienzo. 89 x 130 cm.

GUARRAMILLAS. 

2011. Óleo sobre lienzo. 73 x 116 cm.

VALSAÍN. 

2012. Óleo sobre lienzo. 76 x 116 cm.

HERMANA MAYOR – DESHIELO. 

2014. Óleo sobre lienzo. 87 x 126 cm.

MALICIOSA. 

2011. Óleo sobre lienzo. 65 x 100 cm.
 

 

 
ALESSANDRO TAIANA
Alessandro Taiana

Alessandro Taiana nació en Como (Italia) en 1967. Estudió pintura con Beppe Devalle en la Academia de Bellas Artes de Brera en Milán. En 2001 se trasladó a Madrid donde entró en contacto con Antonio López García. Siempre dibuja y pinta "en vivo". Se ha ocupado de la representación de la ciudad (1999-2009), y posteriormente del paisaje natural, con una especial atención hacía las montañas y particularmente a la Sierra de Guadarrama.


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Conversatorio sobre el proyecto "Planet B" en el marco de la Bienal Independencia. Participan: Alessandro Taiana (Italia-España), artista visual, protagonista del proyecto; Miguel Gurriarán (España), cineasta, director del audiovisual. Moderador: Christian Mariani (Centro Culturale Italiano / Patronato Cultural Cusco). Invitada: Laura Bracamonte (Patronato Cultural Cusco).